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DIARIO CLARIN BAJO EL TITULO «Adolescentes olímpicos: historias de sueños, vocación y sacrificio» DESTACA A NUESTRO BRIAN ARREGUI

agosto 26, 2018

Los Juegos de la Juventud comienzan el 6 de octubre en Buenos Aires y participan atletas nacidos de 2000 en adelante. Quiénes son y cómo se preparan

El ardor del fuego olímpico se empieza a sentir en Buenos Aires. A semanas del inicio de los Juegos de la Juventud (se desarrollarán entre el 6 y el 18 de octubre), más de 4 mil atletas de todo el mundo, nacidos del año 2000 en adelante, ya emprendieron la cuenta regresiva. Son la generación sucesora de los millennials, los deportistas de la era de YouTube y Snapchat, quienes esta vez van tras la épica y los laureles originados en la Antigüedad.

El debut de disciplinas como escalada deportiva, breaking dance, patinaje de velocidad sobre ruedas, futsal, kiteboarding, beach handball y BMX Freestyle potencia la conexión con el público sub 18. Y la participación de la misma cantidad de atletas mujeres y hombres responde a la demanda por la paridad en todos los ámbitos de la vida social y cultural. Es la primera edición de los Juegos Olímpicos en que ellas tendrán exactamente el mismo protagonismo que ellos. Recién en París 1900, las mujeres lograron participar, aunque sólo en golf, tenis y croquet: eran apenas 22, contra 975 varones. En Río 2016, aún había un diez por ciento más de hombres.

Hay quienes piensan que el deporte construye el carácter. Otros prefieren creer que simplemente lo revela. Por eso, este evento transformará a Buenos Aires en la escenografía de la hazaña de miles de temperamentos templados al calor de un sueño olímpico. Conocer las historias de algunos de sus protagonistas es darle dimensión humana a este espectáculo de envergadura internacional.

La gladiadora bonaerense. Todas las mañanas, a eso de las 7, la luchadora Linda Machuca (17) sale de su casa en José C. Paz, camina tres cuadras hasta la parada del 749 y se toma el colectivo hasta la estación para luego subirse al 391 hasta Panamericana. Allí espera el 15 que la deja en el CeNARD (Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo) casi tres horas más tarde de haber pisado la calle. La epopeya se repite por la noche en sentido contrario, después de cinco horas de entrenamiento y de asistir a las clases del colegio secundario que funciona en esa institución.

Linda llegó al alto rendimiento a los 13, tras destacarse en una competencia de lucha en los Juegos Evita. “Durante tres años viví en la concentración del CeNARD, pero hace un tiempo volví a José C. Paz para acompañar más a mi mamá. Cuando me llevaron allá, era muy chica y para mí era todo nuevo. No sabía lo que era tener un aire acondicionado, que te limpiaran la habitación, que te hicieran la cama, que la comida estuviera lista. Y era muy prepotente, reaccionaba mal por cualquier cosa que me decían. Hasta me tuvieron que poner un psicólogo para que quisiera quedarme”, recuerda con ternura de sí misma.

Después llegaron las pruebas de que ese cuerpo poderoso y el temple de gladiadora, en los que muchos creyeron antes que ella misma, tenían condiciones para el deporte de elite: “Mi primer entrenador me decía que yo aprendía muy rápido. También que tenía más fuerza que cualquier chica de mi edad. Yo no le creí hasta que me empecé a enfrentar con rivales de Europa y de otros países de América y comprobé que era así”.

El combate que Linda da cada vez que se sube al tapiz cuadrado es tan enérgico como su sonrisa empoderada: “Lo mejor que me dio la lucha fue la oportunidad de conocer un montón de personas diferentes, de todas las culturas. Me acuerdo la primera vez que me subí a un avión, lo hermoso que me pareció ver todo desde allá arriba. Viajé por el mundo, a países increíbles como Suecia, Croacia y aunque no me lo crean, ahora hasta entiendo un poco de ruso”, cuenta orgullosa.

En el barrio, es una vecina popular. Recibe el aliento de los adultos y siente el entusiasmo de los más chicos, que cada vez que la ven quieren probar su fuerza con ella. Los Juegos Olímpicos Juveniles representan una oportunidad muy anhelada, ya que por primera vez su gente la podrá ver competir en vivo: “Por eso también quiero ganar. Igual sé que, sea como sea, voy a dar lo mejor de mí”.

En el nombre del padre. Ni el campeón mundial Johannes Vetter, ni el multipremiado velocista jamaiquino Usain Bolt. Al lanzador de jabalina Agustín Osorio (17) lo desvela la figura épica de Aquiles, el más veloz de los héroes de Troya: “Me identifico con él porque decía que quería quedar en la historia y yo tengo el mismo deseo”, explica el joven atleta que sueña con la trascendencia en los próximos Juegos de la Juventud pero mucho más allá también.

A Osorio no le toca ir a la guerra, pero desde hace años que todos los días le da batalla a su cuerpo y a su espíritu con voluntad sobrehumana: “En este nivel te tenés que exigir cada vez más. El entrenamiento de pesas es muy fuerte y las horas de práctica técnica son muy duras para la musculatura. Quedás todo dolorido. Después hay que tomar sesiones de kinesiología, masajes, consumir vitaminas. Esta es mi vida y mi rutina incluso para después de los Olímpicos porque yo pienso en el 2020 y el 2024 también”, dice.

Motivación no le falta, tiene entrenador full time puertas adentro. Se trata de su padre, Gustavo Osorio, quien fuera el coach de Braian Toledo (la figura más prominente de la Argentina en esta disciplina): “Ya de chiquito yo jugaba en la pista. A los diez años, lo miraba fascinado a Braian. El siempre me alentó a competir duro y a ser firme, a tener cabeza de atleta”, cuenta. Tras el éxito de Toledo, la casa de los Osorio se convirtió en el epicentro de lanzadores de todo el país interesados en aprender la técnica de la jabalina: “A veces hasta duermen en mi habitación. Nos levantamos temprano y vamos a entrenar. Es muy bueno que haya tanto interés porque eleva mucho el nivel”, opina Agustín con optimismo.

Los Osorio no solo conviven y comparten cada entrenamiento, sino que andan juntos por el mundo: Kenia, Sudáfrica, Ecuador y Brasil fueron sólo algunos de los destinos donde fueron convocados para competir. Agustín asegura que tanto apego filial no es un problema. “En la pista soy un atleta más y en casa, el hijo de mi papá. El es muy exigente con todos por igual. Y fuera de los entrenamientos tratamos de no hablar de deporte”, asegura. Sin embargo, a la hora de imaginar la consagración, el amor es incapaz de discriminar entre el padre y el coach: “No soy de soñar, pero me encantaría darle la medalla de oro a mi papá. Todo lo que hago y soy es gracias a él, y sería una forma de devolverle todo lo que hace por mí”.

El legado del fuego olímpico. Cuenta la leyenda que a Sol Ordas (17), sus papás –quienes también practicaban remo– la concibieron en la previa de los Juegos de Sydney 2000. La anécdota insinúa un componente de predestinación y también tiene un costado reivindicatorio: su padre volvió de Australia con una medalla, pero su madre, que ya había participado de Atlanta en 1996, no pudo viajar porque estaba embarazada de ella. Hoy, Sol es una de las grandes promesas de los Juegos Olímpicos de la Juventud.

“Todo lo que ellos hicieron me marcó mucho. Yo arranqué en esto a los 13 años por acompañar a una amiga. Mi mamá me insistía en que probara desde mucho antes. Pero a mí no me gustaba porque me parecía que era un deporte de varones”, señala la remera, que consiguió la medalla de oro en los Juegos Sudamericanos Juveniles de Chile. “Es muy desafiante tener que superarte cada día a vos misma. El año pasado gané una regata en Munich que me hizo notar que estoy en un muy buen nivel. También me fue muy bien en Canadá”, relata. Hoy la vida de Sol transcurre entre su San Nicolás natal y Nordelta, donde se instaló hace algunos meses para entrenar para los Juegos y para el Mundial de su categoría en la República Checa.

Con el tiempo comprobó que el prejuicio infantil que la hacía asimilar al remo como un deporte masculino, tenía bastante de cierto: “En la Argentina, éste sigue siendo un deporte machista. Hay muchos más hombres que mujeres pero en el exterior es más parejo. En países como Suiza, Alemania y Francia hay más posibilidades para una mujer”.

Determinada y aguerrida, Sol se prepara para brillar como local: “Tengo a favor que puedo entrenar en la pista todo lo que quiera, estoy como en casa, no me tengo que adaptar al horario ni a las comidas. Pero también hay que saber manejar tener a todo tu país mirándote”. Sus brazos y sus piernas son pura fibra, aliados poderosos para competir. Sin embargo, muchas veces le toca “remarla” contra sus emociones: “Cuando las cosas no salen, me enojo mucho conmigo. Pero me concentro en volver a mi objetivo cuanto antes. El enojo no sirve para nada. Aprendí a ser más mental”, reflexiona.

Ganarle al destino por nocaut. Son, por día, 25 sentadillas, 25 dominadas, 25 aperturas de pecho con peso máximo, 50 ejercicios de brazos y 375 abdominales. Esta rutina es el mantra físico del boxeador Brian Arregui. Su fuerza muscular es hija de una voluntad hercúlea y nieta del instinto de subsistencia: “Mi sueño es ser campeón del mundo y poder vivir del deporte. Terminar la casa que estoy construyendo para mi familia, comprarme un auto. Si me golpeo así es para algo”, argumenta este entrerriano de 18 años.

Brian tiene claro el destino final y el camino a seguir, pero los primeros pasos fueron circunstanciales: entró en el boxeo por influencia de sus primos que entrenaban en el Club Barrio Sud de Villaguay. Tenía 9 años y su madre se resistía a que su hijo menor peleara. El encuentro con Darío Pérez, su actual entrenador, fue crucial. Un vínculo que se estrechó hasta convertirse en familia: Brian hoy está en pareja con la hija de Darío Pérez y juntos son padres de Briana, una nena de un año: “Ahora lo más difícil de sobrellevar es estar lejos de mi hija. Son duros los entrenamientos en Buenos Aires y los viajes por el mundo que no me permiten estar en los cumpleaños de mi beba o en el Día del Padre. Hacemos muchas videollamadas y eso me motiva bastante”, se consuela.

Antes de competir, Brian nunca se había subido a un avión y el deporte lo convirtió en un viajero frecuente: “Tenía muchas ganas de conocer los Estados Unidos, pero al final no me sorprendió tanto. Me impresionó Alemania como un lugar adonde me gustaría vivir. Daría cualquier cosa por compartir eso con mi familia o con los vagos de mis amigos de Villaguay, que son como mis hermanos”, cuenta. Con ellos comparte las anécdotas del brasileño que le complica cada pelea o de aquel ruso que le dio un gancho y le dejó doliendo la nariz durante dos semanas. Pero tiene muy claro que la peor paliza que recibió fue debajo del cuadrilátero: “La muerte de mi papá cuando tenía ocho años fue el golpe más feo”.

En los Juegos Olímpicos de la Juventud le tocará pelear de local. Pero no cree que eso implique una ventaja: “En el ring me siento en casa, esté en el país donde esté, me olvido de todo. Quiero ganar, es lo único que pienso. Cuando suena la campana es el mejor momento: te sentís libre y disfrutás”.

Un ADN anfibio. A primera hora del día, cuando el viento le pega en la cara, con el sol de frente, mientras el agua corre rauda debajo de su tabla, en ese instante preciso, Celina Saubidet Birkner se siente más ella misma que nunca. Casi siempre sucede en el Río de la Plata, que la vio crecer a sus orillas, en la zona norte de Buenos Aires, pero también le pasó en el italiano Lago de Garda, en el Mar Rojo o en el Mediterráneo, entre otros destinos a los que viajó a demostrar lo que mejor saber hacer: windsurf.

Campeona argentina y sudamericana de esta disciplina, Celina tiene toda una estirpe de enormes deportistas detrás. A sus 18 años le toca probarse en una competencia olímpica como ya lo hicieron sus hermanos Bautista, en Singapur 2010, y Francisco, quien en Nanjing 2014 fue medalla de oro en windsurf. Su madre, Magdalena Birkner, participó de dos Juegos Olímpicos de Invierno (1984 y 1988) como esquiadora alpina, y su papá Raúl Saubidet, además de ser su entrenador, es multicampeón en clase cadete.

“Vivimos en una casa frente al río –cuenta– y todos los días de mi vida era despertarme y mirar gente navegar. Crecí viendo a mis hermanos entrenar con mi papá. Al principio, yo no quería saber nada, pero un día decidí probar y ya no paré nunca más.” En 2012 empezó a competir internacionalmente y a partir de 2016 su excelente performance la hizo cobrar notoriedad: “Fui campeona sudamericana dos veces y este año quedé tercera en el campeonato europeo. En 2018 mis grandes desafíos son el Mundial, en agosto, y los Juegos Olímpicos de la Juventud. Por eso entreno unas 16 horas a la semana. Además de navegar, salgo a correr, voy al gimnasio y como muy sano”, detalla.

Celina asume que la disciplina es un capital valioso y que a veces hay que resignar salidas con los amigos por entrenar. “Me encantaría ganar una medalla, pero ante todo sigo los consejos de mis hermanos que dicen que esto es un privilegio enorme y que lo más importante es disfrutar.”