—¿Quién es Pepe Dumoulin?
—Fui sacerdote hasta finales de 2015. Un poco desanimado y triste por las situaciones que vivimos en ese último tiempo, al menos en el ejercicio del Ministerio en cuanto a lo que debería haber sido la actitud, de algunas personas dentro de la Iglesia. Uno esperaba otro compromiso, me hubiera gustado que se hubieran puesto al frente de la causa y no haber sido nosotros. Siempre quisieron resguardarse no sé con qué temor; toda esa situación fue desgastando en mí lo propiamente sacerdotal. Me fue quitando las ganas y haciéndome pensar otras cosas. Me sonaba a algo más humano, que espiritual. La otra experiencia triste es que estando en Villaguay en 2015, justo cuando se conmemoraban mis 15 años de servicio, llega una chica a la parroquia y me dice: “¿Puedo hablar?”. Le dije que sí. Ella me cuenta que era la hermana de Pablo, una de las víctimas de Moya. Me dijo que desconocía muchas cosas y a raíz de lo que se había generado con Ilarraz, el hermano había podido contar algo más. Fue una experiencia muy dura.
—En en ese momento le pusiste el oído a otra víctima.
—A los pocos días llegó Pablo (víctima que denunció a Moya) a Villaguay y me contó nuevos detalles. Hubo que arrancar de nuevo a transitar la cuestión judicial. Lo llamé a Jorge García –Procurador de Entre Ríos–, le dije que tenía esta situación y que no sabía qué hacer. Me respondió que nos esperaba el lunes. Ese día viajamos con la familia de Pablo a los Tribunales de Paraná, donde se dispuso la apertura de la causa. También se disparó la misma problemática de la prescripción, con la ventaja de que se venía transitando lo de Ilarraz.
—Cuando surge esta nueva denuncia, ¿sentiste que tenías que tomar una decisión respecto de tu continuidad en la Iglesia?
—Había que remarla de otra manera en la comunidad parroquial, porque se empezó a generar cierta división. Había algunos que creían, otros que no; Moya había estado ahí y tenía gente que lo apreciaba un montón.
—¿Dentro de la diócesis los abusos a menores profundizaron las diferencias?
—Por esto no, pero dentro de la diócesis siempre hubo dos sectores bastante definidos. Unos más conservadores y de derecha, esa facción de la derecha promilitar. Y el resto que no tenía una connotación tan definida en cuanto a esa visión, no solo espiritual sino también política. A veces se convivía un poco más pacíficamente, a veces no tanto. Ilarraz y Puiggari representaban esas dos corrientes. Esa “pica” siempre estuvo por lo que decían las víctimas y esa puja de ver quien manipulaba a los gurises.
—¿Qué le planteabas en la carta al obispo?
—Le marcaba una serie de irregularidades en el clero, siendo la más grave la de los abusos. También la cuestión de la homosexualidad, la de los curas con “doble vida”, con hijos, y la cuestión del manejo de la plata, que era súper escandalosa. Tenía planeado irme en febrero, pero en diciembre surgió un problema con uno de los curas que vivía conmigo. Ahí lo llamé a Puiggari y le dije: “Mañana junto las cosas y me voy”. Lo insulté.
—Comenzó una nueva etapa.
—Sí. Pero mantenía cierta nostalgia, confusión, no sé qué. Veía que era el final de la cuestión sacerdotal. Luego, en octubre de 2016 le pido por nota al obispo las dispensas, es decir la autorización formal para dejar el Ministerio. Al año siguiente llegan las dispensas, una cuestión totalmente llamativa ya que el trámite fue súper exprés. Evidentemente me querían afuera, porque incluso a los que han dejado el Ministerio, se casaron y tuvieron hijos, para darle las dispensas les hacían una especie de juicio. Incluso me otorgaron la autorización para contraer matrimonio por Iglesia. Ahí se cerró esa etapa de mi vida sacerdotal.
—¿Tenías otros proyectos?
—Estaba trabajando, acompañando a un senador y me dedicaba a la herrería, la carpintería, la pintura. Hacía de todo un poco para rebuscarme. El primer año quería desenchufarme y cambiar de oxígeno. Con 45 años lo que más preocupaba era tener la posibilidad de trabajar. Fue pasando el tiempo y conocí a Rosana, en 2019. Empezamos a salir, luego vino la convivencia y dijimos ¿por qué no casarnos?
Dan el sí
—¿Fue difícil la decisión?
—No. Porque era empezar algo nuevo, con ganas y con expectativas. Rosana conoce mi historia y acepta la cuestión.
—¿Te enamoraste siendo sacerdote?
—No. Fui bastante ingenuo en varias cosas por las ganas y la fuerza que le metí siempre. Tampoco hacía lugar para pensar en otra cosa, que no fuera en lo que estaba enfocado. Todas las energías y la vitalidad estaban un poco orientadas hacia la actividad. Estuve muchos años encargado de la Educación en la Diócesis y era una actividad con bastante exigencia. Ahora tengo la expectativa de construir un matrimonio, una familia, esa es la idea.
—¿Se pueden casar por Iglesia?
—Poder, podríamos. Pero ella ya estuvo casada, pero en principio no tengo obstáculos, podría casarme tranquilamente si ella no hubiera tenido un matrimonio previo. Nos vamos a casar por Civil, el 31 de enero, en Paraná.
—¿Van a hacer una fiesta?
—No, no, algo tranquilo nomás. Lo importante es compartir el acontecimiento en sí, y después irnos unos días de vacaciones.
—¿Te hicieron una despedida de soltero?
—Trucha… (risas) Nos juntamos con Fabián Schunk, con quien fuimos compañeros de curso en el Seminario Arquidiocesano y nos ordenamos juntos. Nos juntamos para comer un asado, éramos cuatro excuras y Hernán Rausch, que fue seminarista y el primero en denunciar a Justo Ilarraz. Hacía bastante tiempo que no nos veíamos.
Los “doble vida”
—Volviendo a la carta dirigida a Puiggari, donde advertís la situación de curas con doble vida, el celibato, la homosexualidad y los abusos. ¿Seguís pensando lo mismo?
—Sí, totalmente. El problema no es la homosexualidad, sino justamente la “doble vida”, es decir que decís una cosa y hacés otra totalmente distinta: curas con prescripciones morales respecto del celibato, pero tuvieron hijos y no se hicieron cargo de ellos. Después está la cuestión de la plata, porque manejan mucha plata, se quedan con plata, que es de la misma gente. Entonces aparecen con un vehículo 0 kilómetro, lo ponían a nombre del Arzobispado para no pagar patente. Le hablamos a la gente de esfuerzo, pero al momento de dar un testimonio concreto, cambiamos el auto por un 0 kilómetro, nos vamos de vacaciones un mes a Europa. ¿De dónde sale esa plata? Ese tipo de cosas son llamativas, irregulares y que lógicamente hay que ordenarlas. No puede ser que esté ahí ese manejo indiscriminado.
Una lucha que valió la pena
En una charla abierta y sin misterios, Dumoulin, rescató los momentos trascendentales de una historia de dolor, pero también de reparación para un grupo de jóvenes que superó el miedo para contar una verdad que había sido silenciada durante muchos años. “La primera movida arranca en el 2010 cuando el Decanato III, que integrábamos con Leonardo Tovar y José Carlos Wendler, presentamos al obispo esa famosa carta Mario Maulión. El Decanato comprende un grupo de parroquias, dentro de la diócesis de Paraná. Se conocía algo del caso Ilarraz, pero no sabíamos que había pasado con él. En ese momento estaba la movida de todos los casos de Irlanda, pero acá no teníamos el pelo en la mano para decir que la vaca era negra”, apuntó.
Del mismo modo puso en evidencia la falta de voluntad de la curia para colaborar en el esclarecimiento de los hechos. Esa primera señal la dio el obispo Mario Maulión, hasta que dejó el cargo a principios de 2011. “Maulión quedó en averiguar lo que se había hecho, lo que había pasado. A nivel interno nos decían que esto pertenecía al pasado, que ya se resolvió y el resto de los curas que también tenían esa postura tomada, que la cosa había prescripto, tanto como para lo eclesial como para lo penal”, puntualizó.
“Ahí surgió que Ilarraz había sido condenado eclesialmente, en una investigación un poco rara. Ahí supimos que había habido abusos por la denuncia que en 1995 había realizado Hernán. También supimos que a Ilarraz se lo había mandado a otra diócesis, con la prohibición que viniera a Paraná y tomara contacto con los seminaristas”, manifestó.
Después el poder pasó a manos de Puiggari, con quien mantuvo varios cruces llenos de tensión. “Maulión dejó de ser obispo a principios de 2011 y asume Puiggari. En 2012 el abogado Milton Urrutia acompañó a Hernán a alguna de esas reuniones, pero sin respuestas de ningún tipo. Con la publicación periodística del caso -en el semanario Análisis- se disparó la cuestión, fue una explosión grandísima ya que no imaginábamos las dimensiones. Fue un big bang que detonó y que puso en movimiento un montón de cosas”, subrayó. “Fue una lucha y un dolor grande para todos: revivir esto para las víctimas no fue gratuito, pero sin dudas que el colofón de todo fue la condena contundente de la Justicia”, señaló.
Siempre dando apoyo y contención (Por Hernán Rausch, exseminarista)
“Ha sido un buen compañero, con las palabras justas. Sabemos que no es de mucho hablar, pero cuando tiene una determinación es muy convincente en lo que dice. Tuvo la valentía y la decisión frente a tanta incoherencia pastoral, de dar un paso al costado. Siempre digo que como creyente, Dios nos va poniendo las personas en el camino de la vida y si él tuvo que ser sacerdote, lo fue para acompañarnos y estar a nuestro lado, y darnos siempre ese apoyo y esa contención, en los momentos de fallos favorables, y cuando era más cuesta arriba, o cuando se complicaba más la parte de sentimientos y angustias, él siempre estaba al lado. Fue una persona importante para nosotros y también para los familiares anónimos. Ellos fueron la voz y el rostro de familiares y víctimas”.
“Un hombre coherente” (Por Fabián Schunk, exsacerdote)
“Pepe es un entrañable amigo, un incondicional amigo. Un compañero franco, directo, espontáneo. Hace muchos años que nos conocemos; conocí a su familia, a su padre en particular, y puedo decir que sus principales cualidades son la sinceridad, la coherencia y la fidelidad, aprendidas sin lugar a dudas en su familia. Siempre fue un hombre coherente con sus principios, esos principios que otros predican de palabra pero él encarna en su vida y por eso puedo decir, también, que este nuevo paso en su vida es fruto de su compromiso con la verdad, esa verdad de no jugar a dos puntas, de darse por entero siempre. Estoy feliz por ustedes, amigo”.
Marcelo Comas/de la Redacción de UNO