Desde la Federación de Asociaciones Rurales de Entre Ríos (FARER), entendemos que resulta imperioso que se realicen todos los esfuerzos tendientes a recuperar la presencialidad en las escuelas de la provincia.
En tiempos donde muchas veces se baja un discurso florido sobre reivindicaciones, derechos, inclusión y tantos otros términos que abonan un relato, hechos concretos de la realidad se dan de bruces con dicho entramado lingüístico – político y lo transforman en muchos casos, sencillamente en cartón pintado.
De hecho, se puede gobernar de diversas formas: hablando y excusándose en el pasado, buscando soluciones sin importar la historia reciente, mirando al futuro, pero siempre se debe tener los pies sobre la tierra. Decía el genial Inodoro Pereyra, invención gráfica de Roberto Fontanarrosa que era “difícil hablar del futuro cuando el presente está tan presente”.
Justamente vivimos el hoy y la pandemia nos pegó un cachetazo en 2020 que en algunos aspectos fue demoledor. Independientemente del sanitario, que es el ítem que marca la cancha, las asimetrías que dejó el ciclo escolar debieran hacernos reflexionar y buscar mecanismos que dejen de ensanchar la brecha entre nuestros niños y jóvenes.
Ha quedado claro, más allá de los silencios y los maquillajes, que muchos alumnos del sistema educativo entrerriano perdieron el año escolar. Zonas rurales, islas y barrios pobres fueron los más perjudicados. En ese marco, urge que gremios y gobierno provincial se reúnan para delinear las clases que se avecinan.
Sin obviar la cuestión sanitaria, resulta imprescindible que los chicos vuelvan a la presencialidad. De manera normal o bajo los mecanismos alternativos que puedan surgir, que los alumnos vayan a la escuela debiera ser uno de los temas que más importancia, ideas e interés ocupe en la agenda del Estado entrerriano.
No podemos hacernos los distraídos. Gobierno, legisladores, gremios, dirigentes, docentes, padres, todos, tenemos que hacernos cargo, en mayor o menor medida, de cómo resolvemos esta intrincada coyuntura.
No es aceptable de ninguna manera, que un país y una provincia con enormes desigualdades económico sociales que necesita imperiosamente de la mano de la educación, se den el lujo de planear un calendario escolar para los chicos con mayores ingresos y siga postergando a otros con menores recursos.
Las clases virtuales, que pueden haber llegado para quedarse en algún sentido, fueron una herramienta necesaria, pero en ningún caso puede ser la única. Este formato deja afuera a miles y miles de estudiantes ya que excluye, discrimina, condena y es profundamente injusto. La presencialidad es imprescindible.
Por todo esto, no puede pasar un día más sin que los principales actores comiencen a consensuar estrategias que desemboquen en una vuelta a las aulas. No hay nada más democratizante e igualador que la escuela, pero no en la mirada y la puesta en práctica como la vimos en 2020. Eso fue -tal vez producto de lo inédito de la situación- un ensayo que no podemos repetir. Hoy contamos con más experiencia y cierto tiempo para ser previsores. Sumar un año más sin aulas, para muchos puede ser más de dos años sin clases, puede ser la exclusión definitiva del sistema educativo y una hipoteca grande de su futuro.