-¿Cambió nuestra salud mental en los últimos 14 meses? Si le respuesta es afirmativa, le pregunto en qué.
-La pandemia y sobre todo el aislamiento social han profundizado algunos cambios que ya se venían produciendo, como la utilización de redes sociales, el tiempo frente a las pantallas, adicciones, estrés, la profundización de posturas binarias en cuestiones políticas o alimentarias. Se ha visto un aumento marcado de las posturas extremas que van acompañados de cambios en la salud mental.
También hubo modificaciones en el descanso, una merma en la actividad física y la exposición al aire libre. Patologías asociadas al estado de ánimo, sobre todo depresión, que muchas veces viene como consecuencia del estrés y la ansiedad sostenidos en el tiempo.
-Siendo esto un fenómeno mundial, ¿hay alguna particularidad en la Argentina?
-Hay un marcador importante que es el aspecto económico. El año pasado hubo una retorica que se bajó desde las líneas gubernamentales, no importa el color político, que tenía que ver con elegir entre las vidas y la economía; algo similar con lo que está ocurriendo en estos momentos entre las vidas y la educación. Creo que esto es una falsa dicotomía.
En Argentina, el desempleo, la incertidumbre en términos económicos de cada familia, es uno de los principales predictores de salud mental prepandemia. La pandemia ha profundizado la inequidad entre los diferentes estretos sociales.
Hay grandes categorías psicológicas que marcan la templanza con la que una persona puede afrontar una situación de estas características. La incertidumbre, cómo manejamos la novedad de aspectos que en este caso son marcadamente negativos (la prolongación de días de encierro, el aumento de los casos, la exposición a muchos medios que manipulan números).
También la sensación de amenaza del entorno, porque salgo a la calle y el otro puede ser un agente de contagio. Todavía no sabemos cómo nos impacta mentalmente estar usando mascarillas o barbijos, no poder ver las expresiones de la cara, el distanciamiento social. El impacto de estas cosas verán con el tiempo.
Como otra categoría, está la sensación de pérdida de control de mi vida. Muchas familias están a un evento adverso de caer bajo la línea de la pobreza o indigencia. Hay gente que no tiene el lujo de poder quedarse adentro de sus casas, tienen que salir a trabajar.
Y no creo que quedarse adentro de la casa sea necesariamente un lujo. En este tiempo he promovido entre mis pacientes que, con cuidado y respetando las líneas coherentes de conducta, no se queden aislados y encerrados en sus casas; que salgan a caminar, que estén al aire libre, en contacto con la naturaleza. Una buena alimentación, cuidando las horas de descanso. Son aspectos que el ser humano necesita y es lo que tenemos a mano, de manera gratuita y con lo que podemos hacer mucho por nuestra salud.
-Escuchar todo esto me hace pensar que los especialistas en salud mental no han sido muy tenidos en cuenta por los Comités de Emergencia Sanitaria durante esta pandemia. O al menos no han sabido interpretarlos.
-La salud mental no ha sido tenida en cuenta. Hubo una preponderancia muy marcada de infectólogos y epidemiólogos, que obviamente tienen un rol fundamental, pero repitiendo un patrón histórico de que la salud mental es algo “invisible” y el padecimiento es privado.
Es, como se la ha denominado, una “pandemia silenciosa”. Frente a los números de trastornos asociados al estrés, síntomas de ansiedad, irritabilidad, nerviosismo, insomnio, conflictos intrafamiliares, no hubo recomendaciones. La gente está ávida de escuchar y empezar a sentirse en control de lo que está ocurriendo, en vez de estar como un pichón esperando la comida, porque si no llega la vacuna no tengo otra opción.
El otro punto del extremo es pensar que si uno está vacunado o no es una persona de riesgo, puede dejar de cuidarse. Sobre todo lo veo con la vacuna; las personas están esperándola como la salvación, y una vez que son vacunados se sienten salvados. Uno de los aprendizajes que podemos extraer de una pandemia como la del SARS-Cov2 es empezar a prestar atención a nuestro estado de salud. No es una cuestión elitista, sino hacer lo que esté al alcance de cada uno.
Se ve un aumento dramático en las horas de exposición a lo virtual, incluso por cuestiones educativas. El uso del celular es otra de las grandes adicciones que se han disparado durante el confinamiento.
-El autocuidado está centrado únicamente en el uso del barbijo, el lavado de manos y la distancia social, cuando todos estos aspectos –además de vincularse a la calidad de vida general- influyen directamente en la respuesta inmunológica a un virus.
-Exactamente. La higiene de manos es un buen mensaje, pero es muy básico, una unidad mínima de información respecto a lo que deberíamos estar trabajando. Es una de las principales autocríticas que hago al sistema de salud: el no de bajar línea para tratar de evitar el azúcar, las harinas, los alimentos procesados, el sedentarismo. Minimizamos el impacto que puede tener una buena noche de descanso y la conexión cara a cara con nuestro grupo de pertenencia. No hay necesidad de ir a una fiesta clandestina o estar en grandes grupos de personas para obtener los beneficios de una conexión humana de calidad.
Se podría haber trabajado sobre esto. Lamentablemente no es un mensaje popular; es más llamativo transmitir durante horas que hay una chica de 22 años que falleció, tratando de alarmar a la población joven de que también están en riesgo, y nos perdemos de indagar en el sistema inmunológico de esos jóvenes que tienen las versiones graves de este virus.
Debería haber un mensaje de empoderamiento en relación a la salud y no el paternalista de ‘quedate en casa que nosotros te cuidamos’. Es un mensaje que aborrezco, porque si hay algo que debemos aprender de todo lo que está ocurriendo es que el lugar en que este tipo de situación nos encuentre parados, determina en gran medida el impacto.
Aquellos que tienen alguna práctica meditativa, religiosa, espiritual, de conexión humana, que prestan atención a su descanso, una rutina de actividad física, que cultivan vínculos sanos, una alimentación saludable, con una estrategia para afrontar el estrés (ya sea con una terapia o por su cuenta) y tienen esa capacidad de permanecer en calma, han pasado este tiempo de mejor manera que las personas que promueven el mensaje ‘de algo hay que morirse’ y no prestan atención a su estado de salud.
-En este contexto, ¿cómo se debería estar llevando adelante la escolaridad?
-No soy experto en cómo diseñar burbujas o contactos, pero soy un fiel defensor de que deberíamos estar orientando todos nuestros esfuerzos en retomar la presencialidad y defenderla, en el ámbito educativo de todos los niveles, a partir de los 4 años y hasta la universidad. Por supuesto con la vacunación de todo el personal docente y no docente, con los cuidados pertinentes y haciendo prueba y error.
Hay que hacer lo posible no solo por retomar la presencialidad, sino también por preservarla, y no que sea un fusible que activamos y desactivamos, porque eso también tiene un efecto perjudicial en la salud mental de los niños.
En una persona de 30, 40, 50 años, dos años es un porcentaje muy bajo de su vida. Además ya tenemos una formación y aprendimos a manejarnos en sociedad, pero en esa ventana tan plástica de los niños, cuando se pierden estas oportunidades y se los expone al estrés, al miedo, al nerviosismo de los padres y los conflictos, es donde se ve el efecto protector de una institución como la escuela.
Se ven síntomas anímicos muy marcados, como fobias, miedo a la contaminación o a salir a la calle, intolerancia a la incertidumbre y regresión en sus adquisiciones del neurodesarrollo. No hay niño que no vea con algún tipo de afectación de estas características.
-Parece un costo muy alto para la cantidad de infectados y muertos por Covid que hay en la Argentina, al menos de acuerdo a las cifras oficiales.
-Hay estrategias que han fallado de manera muy marcada. A más de un año del comienzo de la pandemia ya se sabe que el encierro y el aislamiento absoluto no es una herramienta efectiva, al menos de una forma tan general, sin precisar quiénes deberían extremar sus medidas de cuidado y contando con una resociabilización más saludable.
Soy un gran crítico de haber confinado a los niños, siendo que no son vectores de contagio significativos, y la mortalidad entre docentes y no docentes ha sido muy baja.
Hay patologías anteriores a la pandemia que ahora se agravaron y post pandemia van a estar profundizadas: mentales, cardiovasculares, oncológicas, respiratorias, alérgicas o endocrinológicas como la diabetes tipo II, que es un gran factor de riesgo. Sin embargo, no se han bajado líneas para el cuidado de estas personas, ni se han tomado medidas con este nivel de restricción para notar un cambio favorable a nivel poblacional.
En lugar de intentar generar cambios conductuales desde el miedo, la culpa y la victimización, debemos empoderar a la población para que tome las riendas de su salud.
Detrás de este van a venir otros virus. Lamentablemente es un modelo de negocio muy fructífero para los laboratorios, reforzando la teoría de muchos de que esto está digitado. Yo no pertenezco al grupo de los que creen que todo haya sido orquestado en forma perversa, pero hay un montón de elementos que refuerzan esa teoría ¿Por qué no se liberan las patentes para que rápidamente podamos vacunar a las personas de mayor riesgo y el resto podamos tener una inmunidad de rebaño?
-Recién hablábamos de los niños o adolescentes, para quienes dos años es mucho tiempo. En el otro extremo de la vida están los adultos mayores, quizá también para ellos este tiempo de confinamiento es irrecuperable. Cómo acompañarlos, siendo que están en más riesgo frente a un virus.
-Estás tocando un tema muy delicado. Esto ha reforzado en los adultos mayores la falta de contacto y contención social que se ha visto en los últimos 20 o 30 años. Quienes están por encima de los 70 u 80 años van perdiendo lugar en la sociedad, y en el contexto actual se suma el miedo genuino a contagiarse, y el desarrollo de patologías asociadas al miedo y la ansiedad.
Realmente hay una mayor vulnerabilidad y el acompañamiento se hace mucho más delicado, pero hay que ofrecer ayuda, estar en contacto estrecho, lo que parece una mala palabra hoy en día.
En muchos casos estos abuelos fueron distanciados de su familia con la justificación válida del contagio, pero ahí es donde uno tiene que poner en la balanza no solo la posibilidad del contagio sino también la salud mental de la persona que está siendo privada de compartir con sus hijos y nietos.
No es todo negativo, hay adultos mayores que pueden ser superar esto con resiliencia. Hay que dejar un mensaje de optimismo, ya que esto nos ha expuesto a nuestras propias herramientas, pero no volver a tener un encierro y una distancia como la que se tuvo el año pasado, que creo es aberrante porque tiene impacto en la salud mental y como consecuencia en el estado inmunológico e inflamatorio de las personas.