Diego Burgos es de Rosario del Tala. El 16 de mayo cumplirá 65 años y hace unos días cumplió su sueño de visitar el Valle de las Lágrimas, en la cordillera de los Andes, el sitio donde ocurrió el accidente del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya en 1972. Lo hizo a través de una expedición de trekking. Fue el mayor del grupo de siete personas que decidió caminar 50 kilómetros durante tres días hasta llegar a destino.
Salieron el día miércoles a las 15 horas desde El Sosneado, en Mendoza, recorriendo en vehículo 80 kilómetros por un camino de ripio en la montaña, hasta un viejo puesto de Gendarmería Nacional para pasar la noche en bolsas de dormir.
Llegaron el jueves a las 16 al campamento y se quedaron recorriendo el lugar, donde luego pasaron la noche, pasar salir al otro día a las 5 rumbo al Valle de las Lágrimas, que es donde cayó el avión uruguayo hace 51 años. “Para las personas como nosotros, que vivimos en el llano, ese tramo es muy duro. Se hace pasito por pasito, sin apurarnos, primero por el peligro de la subida, ya que hay partes en que se camina casi al borde del precipicio; y segundo por la altura, porque nosotros llegamos a unos 3.650 metros, que es donde estaba el avión”, aseguró el entrerriano.
“Éramos siete: cuatro cordobeses, mi hijo y yo, y el guía. Llegamos a las 2 de la tarde adonde está el monolito y la tumba de los chicos. Es algo increíble lo que se siente, hay mucha emoción. Se llega allá arriba con un total respeto, en silencio, porque es un sentimiento muy profundo el que se experimenta”, confió.
Según comentó, ya no se ve el fuselaje de la nave, ya que fue quemado por la policía chilena dos años después del hallazgo. “El avión cayó en un glaciar, y desgraciadamente por el ecosistema que estamos teniendo y que se ha derretido mucha nieve, se hundió ahí la cola de la nave, que antes se podía ver. Ahora quedan las ruedas, unos pedazos de alas, que a una de ellas no la pudimos ver porque estaba bajo nieve, y después hay otros restos del avión, como una ventanilla, un radiador y demás”, precisó.
Prácticamente recién llegado a su ciudad desde la Cordillera, ya que el descenso fue el domingo por la mañana y enseguida emprendieron viaje a Rosario del Tala, Diego aseguró: “Fue fantástico estar en el Valle de las Lágrimas. El guía sabía muchas cosas; nosotros por ahí le preguntábamos sobre todo eso de glaciar y sobre cómo tragó el fuselaje y la parte de la cola del avión, y nos explicó ese punto”.
Diego contó que anhelaba llegar a este sitio, que hoy es prácticamente un santuario, luego de leer un libro sobre el tema que su hijo le regaló hace casi seis años para su cumpleaños. “A mí me apasionan las historias reales. Empecé a leer el libro y me apasionó tanto que lo leí cuatro veces. Encima ese libro se hizo creo que a los cuatro años de que había pasado el accidente, entonces todos los sobrevivientes rememoraban con mayor nitidez lo que había pasado. Y la película (La sociedad de la nieve) está fantástica, lo dicen los mismos protagonistas, se sienten muy identificados, pero hay cosas que no están como sí las incluye el libro”, contó.
También mencionó: “Todos estos años he venido siguiendo las charlas que han hecho todos los sobrevivientes en Youtube, y hace un año atrás estuvo también Roy Harley en Concepción del Uruguay, y todo lo que contó el día yo ya me lo sabía, porque soy fanático de esa historia, inclusive yo aportaba algunos datos que él no sabía de temas particulares de los sobrevivientes”.
Un esforzada travesía
Diego rememoró que ida y vuelta caminaron 50 kilómetros y acerca del esfuerzo físico que esto insume, sobre todo en la altura, señaló: “Si bien por ahí en algunas vacaciones había ido a Córdoba y subíamos al Pan de Azúcar, nunca había hecho una travesía tan dura como esta, porque los ríos se cruzaban caminando y fueron tres: el Atuel, el Barroso, y el Rosado. También hubo otro en El Valle de las Lágrimas, que va hasta la montaña donde se cayó el avión, y a ese lo cruzamos todo con bastones porque si no nos llevaba a la correntada”.
En cuanto al estado físico que demanda esta travesía, afirmó: “Tuve que entrenar antes. Si bien soy fanático de la parte física y siempre estuve bastante bien entrenado, lo que me recomendó el guía es que tratara de hacer unos 10 o 12 kilómetros por día. Era exigido para llegar, es muy duro y la verdad es que una persona no entrenada no creo que logre hacerlo”.
Por otra parte, explicó que es una expedición que se puede contratar para hacerla con la modalidad de trekking, o a caballo. A esta última opción la descartó, ya que por la falta de costumbre de montar un equipo le generó dolores de cintura y de rodillas. “Me parece más fácil caminar que andar a caballo”, aclaró entre risas.
Aunque el frío se sentía sólo por las noches, debieron afrontar el fuerte viento que se desata a 3.600 metros de altura. “Hay que tener voluntad y estar entrenado, porque no es fácil. El mismo guía nos felicitó a mi hijo y a mí porque pudimos concretar este objetivo. Es una experiencia muy dura, pero vale la pena. A mí me encantó y volvería a ir”, dijo convencido, recordando que meses atrás tuvo un problema serio de salud y desde entonces se propuso disfrutar de la vida haciendo lo que le gusta.
“Mientras me motive, voy a hacer alguna travesía más, pero en primer lugar volvería ahí, al mismo sitio, porque me quedaron ganas de permanecer una hora más sentado entendiendo cómo hicieron los sobrevivientes para estar allí. Desde que leí por primera vez el libro es que venía soñando con esto, aunque no pensé que iba a poder ir”, expresó, y concluyó: “Creo que hay un Dios y que a mí particularmente siempre me ha guiado en las decisiones importantes que he tomado en mi vida; siempre he sentido que tengo una ayuda extra, y en ese momento cuando salgo a caminar siempre dicen que hay que soñar, y cuando veía nubes en el cielo imaginaba que eran las montañas de Mendoza y que iba a llegar, tenía la esperanza y así fue”.
Por Vanesa Erbes