En las últimas dos o tres semanas proliferaron advertencias de economistas como Aldo Abram, Javier Milei o Domingo Cavallo sobre la posibilidad de que la Argentina caiga en una hiperinflación. Más allá de algunos cuestionamientos sobre la ideología de quienes emiten este tipo de comentarios, los temores surgen a partir de un peligro real: en los próximos meses tendrá lugar una fuerte expansión monetaria, que coincide con una caída cada vez más marcada de reservas en poder del Banco Central.
Todo esto sucederá en el medio de una compleja transición política. Faltan 14 días hábiles hasta las elecciones presidenciales y luego se abre otro ciclo de un mes y medio hasta el cambio de mando. No sería extraño que en las jornadas previas al 27 de octubre se produzca un recalentamiento en el proceso de dolarización: tanto caída de depósitos en dólares como de plazos fijos en pesos, con más inversores buscando comprar divisas hasta el límite de USD 10.000 mensual. Los controles cambiarios trajeron cierta calma al dólar, pero el Central se dio el “lujo” de seguir perdiendo reservas. Sólo en septiembre fueron USD 1.300 millones sólo en concepto de intervención en el mercado cambiario. ¿Cuál hubiera sido la cifra en caso de no haber existido estas limitaciones?
En septiembre se habría verificado el pico de inflación, producto de la devaluación de agosto. El mercado espera arriba de 5,5% y el descenso sería muy lento en los meses posteriores, finalizando arriba de 3,5% en diciembre y un nivel de casi 55% en el año.
El escenario que encontrará la futura administración es extremadamente delicado: una inflación muy acelerada, reservas en franco descenso, controles cambiarios insuficientes y la urgente necesidad de ir hacia una reestructuración de la deuda. En el medio, un elevado déficit fiscal y la necesidad de renegociar el acuerdo con el FMI, que oficialmente se encuentra suspendido.
Alberto Fernández procura que un pacto social le otorgue el activo más escaso si le toca asumir el 10 de diciembre: tiempo. El economista que hoy está más cercano al candidato presidencial, Matías Kulfas, aseguró que un futuro acuerdo tripartito entre Gobierno, empresarios y sindicalistas permitiría atacar la “inflación inercial”, aunque sin dar mayores precisiones. Este tipo de acuerdos buscó históricamente un semi congelamiento de precios, que al menos momentáneamente permita mostrar mejores índices de inflación. Los cuestionamientos a este tipo de políticas es que generalmente nunca combaten las razones de fondo que generan los ajustes de precios y terminan naufragando.
Kulfas -que siempre se presenta en tándem con Cecilia Todesca- también reconoció que para hacer frente al déficit fiscal que enfrentarán será necesario echar mano a la emisión monetaria. “La emisión no es la única culpable de la inflación. Pensamos que es una opción viable, si se hace en forma controlada”, expresó en la presentación del último martes en la que se discutió sobre los desafíos del sistema financiero. Al mismo tiempo, explicó que uno de los temas más urgentes será bajar las tasas de interés, porque los niveles actuales ahogan a las PYMES y cualquier actividad productiva.
En medio del fuerte proceso inflacionario que atraviesa la economía, plantear simultáneamente la expansión en la cantidad de dinero y una reducción de las tasas podría tener consecuencias explosivas. Una “tregua de precios y salarios” permitiría quizás atravesar a salvo el verano, pero sin atacar las consecuencias profundas de la inflación.
El panorama se vuelve mucho más complejo por los bajos niveles de confianza. Tanto el público como las empresas huyen del peso. Sólo desde las PASO, los plazos fijos en moneda local cayeron 8%, a pesar de las elevadas tasas de interés. Los ahorristas cambian a dólares o prefieren mantenerse muy líquidos. Pero además los pesos “queman”. Ese apuro por usar rápido los pesos, ya sea para dolarizarse o para comprar antes de nuevos aumentos. El aumento en la “velocidad de circulación” del dinero es otro de los motivos que profundiza un fenómeno inflacionario como el que atraviesa la Argentina.
Junto con la expansión monetaria y la baja de tasas, una de las grandes incógnitas es qué pasará con el déficit fiscal. Cuanto mayor sea el rojo de las cuentas públicas, más elevada será la necesidad de acudir al financiamiento del Banco Central.
El equilibrio de las cuentas públicas será uno de los principales desafíos que tendrá Fernández por delante. No sólo se trata de un requisito para evitar una espiral inflacionaria. También será imprescindible mostrarle a los inversores un fuerte compromiso fiscal para llevar adelante la reestructuración de la deuda. Si el objetivo es estirar los plazos de pago a los bonistas, al menos habrá que mostrarles que será posible pagar las deudas a futuro. Las renegociaciones exitosas de Uruguay y Ucrania tuvieron como elemento común un elevado superávit fiscal primario, algo que todavía luce muy lejano en el caso de la Argentina.
Si gana el 27 de octubre, Alberto Fernández deberá lidiar con otras cuestiones tan urgentes como la política antiinflacionaria, la deuda y los controles cambiarios. El futuro del acuerdo con el FMI y un acercamiento a la Casa Blanca son temas urgentes dentro de esa agenda. La expectativa en el mundo inversor es que si es electo presidente, realice una gira por Wall Street antes de la asunción para explicar sus planes. El candidato a primer diputado bonaerense, Sergio Massa estuvo el viernes en Washington, invitado por el Wilson Center, con un discurso en el que buscó mostrar moderación.
En el acto que el sindicalismo reunificado armó el último jueves, el candidato de Frente de Todos aseguró que la situación que le deja Mauricio Macri le hace recordar a la que heredó Néstor Kirchner. Sin embargo, en 2003 la inflación no era un problema y la deuda ya venía en default desde fines de 2001. Es difícil imaginar por delante un escenario de reactivación como el que ocurrió tras el estallido de la Convertibilidad, con niveles de crecimiento de tasas chinas del 8%.
Fernández tiene una clara desventaja en relación al escenario que tuvo que enfrentar Macri en diciembre de 2015. El motivo es que, a diferencia de lo sucedido hace cuatro años, tiene nulo acceso a los mercados de crédito. Este gobierno consiguió levantar rápidamente el cepo porque llegó en un clima de confianza y poco endeudamiento, tanto interno como externo. Todo lo contrario a lo que sucederá si regresa el kirchnerismo.
Por lo tanto, los primeros meses de un eventual gobierno de Fernández serán extremadamente delicados. Si no se aciertan con las medidas para recuperar la confianza de los inversores y del público, el peligro es que se vaya a un mayor descontrol financiero y cambiario. Evitar otra devaluación, la cuarta en menos de dos años, será posiblemente mayor desafío en los primeros 90 días de gestión. Cualquier paso en falso podría acelerar dramáticamente el nuevo capítulo de la crisis que se desató luego de las PASO y que todavía se está escribiendo.