Un equipo de censistas del Parque Nacional Baritú, en Salta, atravesó el río desde Bolivia para registrar la forma de vida de Don Segundo, un campesino que vive en soledad bajo las yungas desde 1980. Cómo vive el hombre y la historia de esta zona del norte extremo argentino, que hasta 1941 fue territorio del país vecino
Don Segundo no recuerda cuántos años tiene. “Debo estar cerca de los 70″, duda con una sonrisa avergonzada. Las palabras hacen eco bajo la sombra de los árboles de la selva. Quedan tapadas por los nogales, naranjos, máticos, cafetos y cedros altísimos. Y se escurren hasta ser absorbidas por el ruido blanco del Bermejo, río correntoso que no sólo es un recurso esencial para la supervivencia de Don Segundo, sino que también divide formalmente los territorios de Argentina y de Bolivia.
Sin embargo aquí todo parece una misma cultura, una misma tierra partida en dos. Eso explica que para llegar al rancho de Don Segundo, el equipo de censistas del Parque Nacional Baritú, hayan tenido que cruzar a pie el cauce de este afluente, en una aventura extrema y patriótica, con el agua por la cintura, a ciegas, sobre cantos rodados gigantes, aferrados a un bastón improvisado, desde la orilla del país vecino: un cruce de frontera ilegal y a la vez legítimo.
Estamos en Las Pavas, una zona dentro del Baritú, a una hora del pase internacional de Aguas Blancas/Bermejo. Por la complejidad de la selva de las yungas, no hay manera de llegar hasta la casa de Don Segundo por rutas argentinas terrestres. Solo es posible a través de la ruta Panamericana del Estado Plurinacional de Bolivia, un camino de paisajes de belleza paralizante, donde los tucanes y las urracas son como las palomas.
Cruzamos al país vecino a bordo de una camioneta de Parques Nacionales desde la ciudad de Orán, en Salta. Pasamos el límite con un permiso excepcional, dado que el cruce está cerrado. El destino final es el pueblo de Los Toldos y el paraje El Lipeo, a donde los censistas terminarán su trabajo.
Pero antes, a mitad de camino, nos vamos a encontrar con Elio Romero, intendente del Parque Nacional Baritú, y con Clemente Espinoza, empleado del Parque, baqueano de la zona, hombre de 48 años que conoce la selva como lo que es: el patio en el que creció toda su vida.
Desde la ruta hay que adivinar, o mejor dicho identificar por algún monte o algún árbol la altura de la casa de Don Segundo. También por dónde andan Romero y Espinoza. Nadie tiene teléfonos con línea boliviana, por lo tanto hay que ir despacio hasta encontrar huellas de los compañeros. No existe otra forma de comunicarse.
Desde la orilla boliviana no se ve la vivienda de Segundo. La única señal es un bote desvencijado que el hombre usa para cruzar a Bolivia cuando el río está tranquilo (en invierno), hacia el paraje El Salado, en el departamento de Tarija. Lo hace apenas cuando necesita algo que no puede resolver en la pequeña porción de tierra donde vive su vida austera, bucólica. Puede ser comida, la atención de un médico, una cerveza o una charla con otro ser humano. El hombre vive completamente solo el 90% de su vida.
(Infobae)