Todos lloraron. Lloró el papá Don Mario Segui, el peón rural de cincuenta años que llegó hasta segundo grado de la escuela primaria porque debió trabajar en el campo toda su vida. Lloró la mamá, María Ester Bonomi, una ama de casa que no pudo seguir estudiando porque tuvo que ayudar a su familia desde muy chica, vendiendo leche por los parajes rurales de la provincia de Entre Ríos. Lloraron los tíos y los amigos, lloraron los profesores y los compañeros de curso y lloró también la rectora del Instituto de Educación Superior Santa Elena, Alba María Gamarra. Lloraron todos de alegría y de emoción porque las palabras sobraban y porque estaban frente a la realización más concreta del ideal de movilidad social ascendente, esa meta con la que sueñan los que más lo necesitan.
Después de años de ir a la escuela en una petisa surcando el barro, de empaparse de polvo con la bici o la motito, después de cursar en un internado pupilo, de achar y vender leña de ñandubay, de trabajar en una ferretería y de hacer cualquier tipo de changa para seguir estudiando, los hijos del y la paisana, Arnaldo y Santiago Segui, mostraron el resultado de tanto esfuerzo. Un profesorado, nada menos, que sorpresivamente obtuvieron el mismo año, con pocos días de diferencia: el primero en Educación Física, el segundo en Biología. La noticia, que fue publicada en un posteo mínimo por Alba Gamarra y por un diario local, trascendió el municipio de Santa Elena y se diseminó por todo el país.
«Mi viejo es peón rural de una estancia que está a 5 km de donde vivimos, él va todos los días a caballo, sale a las 4.30 am y vuelve cuando se va el sol, sólo lo acompaña el perro. Y así todos los días desde hace 27 años en el mismo lugar. Mí mamá es ama de casa, vivimos con mis abuelos maternos, todos juntos», cuenta Santiago.
«Desde que terminamos la escuela, con mi hermano empezamos a trabajar para poder costear los estudios. Él trabaja en una ferretería y yo vendo leña desde hace cuatro años», explica el flamante profesor de Biología.
«En el campo donde es peón mi papá me dan permiso para juntar leña, así pude comprar mi primera motosierra, vendiendo atadito por atadito. Pero el toque final hay que dárselo con el acha larga, siempre. En cuatro años habré vendido varias camionadas, son varias toneladas de ñandubay, la madera que hace la mejor brasa para el asado», relata Santiago y enseguida se le enciende la figura de sus padres: «A mi papá desde muy joven le faltaron los padres, y pudo hacer hasta segundo grado de la primaria. Y mi mamá terminó la primaria, pero no pudo seguir. Ellos nos inculcaron siempre que teníamos que estudiar»
Pero el logro de ser profesor no eclipsa un orgullo mayor: «Soy gaucho, soy paisano de bombacha, de sombrero y alpargata. Y también de botas, pero eso solo cuando nos empilchamos bien para ir a algún festival».
La ley primera
«Mi hermano Naldo (así le dicen a Arnaldo) para mí, lo es todo; él hizo la secundaria en un internado, en la escuela agraria Manuel Pacífico Antequera, a 70 kilómetros de dónde vivimos. Se iba los lunes y volvía los viernes, y eso si no tenía guardia o no llovía, porque si no podían pasar 15 o 20 días sin verlo. Admiro mucho ese temple que tuvo para terminar el colegio ahí. Nunca bajó los brazos, y la casualidad de la vida hizo que terminemos la carrera a la par, el mismo año y con pocos días de diferencia, fue una emoción tremenda».
Naldo es el recientemente egresado profesor de Educación Física, tiene 25 años y habla de su hermano menor Santiago con devoción: «Más que un hermano es un amigo y tenerlo a mi lado me llena de orgullo».
Los dos confirman que encontraron su vocación de docentes, cuando no tenían muchas alternativas para elegir. No había chances de ir a una universidad privada y para una pública les resultaba imposible por el alquiler y los gastos diarios. El terciario dónde cursaron les queda a diez kilómetros de su casa, es público y el gobierno provincial siempre les brindó la posibilidad de una beca a cambio de su buen desempeño. Además, como en la escuela primaria, podían ir a caballo.
Caballos, perros, gratitud y trabajo
Los caballos fueron su medio transporte para ir a la escuela y después al profesorado. Los hermanos les rinden culto, del primero al último que tuvieron: desde la petisa que montaban con su mamá cuando eran gurises, hasta el criollo con el que picaban levantando polvareda. Esto no es razón para olvidar a otra fiel compañía.
«Contar con un perro y con un caballo en el campo es indispensable, nos ha dado de comer todos estos años; mi viejo siempre trabajó con un caballo, pero el perro fue su mano derecha», cuenta Naldo y recuerda a su pequeño Corcho, que hoy está «viejito, viejito», siempre esperándolo.
«Me acaba de llamar la rectora de una escuela privada de Hernandarias para ofrecerle a Santiago ser el profesor de biología de la institución, así que él ya tiene trabajo», anticipa la rectora del instituto donde se recibieron los chicos.
El profesor no sale de su asombro y dice que no piensa desaprovechar la oportunidad.
«Quisiera que la vida me permita devolverle a mi familia todo lo que ellos hicieron por mí, porque sin ellos yo nunca podría haber llegado a ser profesor. Y si es posible seguir viviendo en el campo, amo el campo y la vida de campo es hermosa», sueña el menor de los hermanos Segui.
«Estudiamos para salir adelante y ahora queremos trabajar, sabemos que la situación está difícil pero el pasito lo dimos», dice Naldo y cuenta algo que para él fue una revelación de estos últimos días.
«Para nosotros ir a cursar era algo normal, no sabíamos que había mucha gente mirándonos, ahora nos damos cuenta de eso. A lo mejor ya estábamos enseñando sin darnos cuenta».
Fuente La Nación