Faltaban poco más de 15 minutos para las 8 de la mañana del jueves 8 de marzo de 1973 cuando Héctor Ricardo García despertó sobresaltado en su dormitorio del piso 15 del edificio de Guido y Agüero, en el barrio de La Recoleta, a pocos metros de la Biblioteca Nacional.
Lo primero que vio el dueño del diario Crónica fue a un hombre parado al lado de su cama apuntándolo con una pistola Browning. Del otro lado, la pareja de García, la cantante Marina Dorel, abrió los ojos y ahogó un grito al ver a otro hombre, también armado, a menos de un metro de la cama.
Los dos intrusos, jóvenes y amables, lucían un uniforme beige, parecido al de los empleados de Correos.
-Vístase, por favor. Va a venir con nosotros. Somos del ERP “22 de Agosto” –le dijo con tranquilidad Víctor “El Gallego” Fernández Palmeiro a un García al que la sorpresa inicial se le iba transformando en miedo.
-¿Qué quieren? – preguntó el director de Crónica con voz vacilante.
-Quédese tranquilo, tenemos que conversar– le contestó y después, dirigiéndose a la mujer, dijo: -Usted se queda acá, no le va a pasar nada. No se preocupe.
Héctor Ricardo García comenzó a vestirse bajo la atenta mirada de los dos hombres.
El ERP 22
La dictadura de Alejandro Agustín Lanusse agonizaba. Faltaban apenas tres días para que las elecciones del 11 de marzo de 1973 decidieran quién sería el presidente de la democracia recuperada en la Argentina, después de casi siete años de gobiernos cívico militares.
La fórmula del Frente Justicialista de Liberación (FreJuLi), integrada por Héctor J. Cámpora y Vicente Solano Lima, con la bendición de Juan Domingo Perón, era amplia favorita en los sondeos de opinión, muy por encima de la conformada por los radicales Ricardo Balbín y Eduardo Gamond.
Los matutinos de ese jueves anunciaban que la Junta Militar trataría en una reunión los últimos preparativos para los comicios, mientras que en el sur de la Provincia de Buenos Aires ya sumaban 18 los muertos por los violentos temporales que la asolaban. En el sudeste asiático los norvietnamitas y los Estados Unidos habían llegado a un acuerdo de canje de prisioneros de guerra, y en Paris los gaullistas anunciaban la conformación, con otros partidos, de una alianza para vencer a la izquierda en las próximas elecciones francesas y conservar el poder.
Héctor Ricardo García todavía no había leído los diarios de la mañana y mientras se vestía se preguntaba qué era eso del “ERP 22”. Sabía que ERP era la sigla del Ejército Revolucionario del Pueblo, una de las organizaciones político-militares más activas de la Argentina, pero lo de “22” lo tenía desconcertado. Lo del 22 se debía al 22 de agosto de 1972, cuando en la base aeronaval de Trelew habían fusilado a 19 guerrilleros presos, de los cuales habían sobrevivido tres y contaron cómo había sido la masacre.
No era extraño que García no supiera quiénes se lo llevaban. El ERP 22 era un grupo que hacía apenas dos meses se había distanciado de la organización conducida por Mario Roberto Santucho. Los disidentes no compartían la postura oficial del PRT-ERP, que había llamado a votar en blanco en las elecciones. Los del ERP 22 habían decidido apoyar a la fórmula peronista porque entendían que su victoria –como la vuelta de Perón– era “un triunfo del pueblo”.
Hasta esa mañana del 8 de marzo de 1973 el ERP 22 no había realizado ninguna acción que lo hiciera conocido para la opinión pública. Cuando terminó de vestirse, el director de Crónica ignoraba que la nueva organización se haría famosa utilizándolo a él.
La Operación Poniatowski
Durante la planificación del secuestro de Héctor Ricardo García, uno de los integrantes del comando guerrillero había propuesto bautizarlo “Operación Poniatowski”, utilizando el apellido de un político francés de ultraderecha que por entonces mencionaban los diarios, por contraste a un apellido tan común como García.
En los papeles, la acción parecía tan sencilla como pronunciar el apellido del director de Crónica: se trataba en entrar a su departamento bien temprano, con una excusa que engañara a las dos mucamas que trabajaban allí. Y llevárselo.
-Sabíamos cuál era el departamento. El asunto era entrar a una hora muy temprana para agarrarlo en la cama, antes de que se levantara. Sabíamos que vivía con su novia, la cantante Marina Dorel. Lo sacaríamos de la casa en su propio auto, cambiaríamos de vehículo en el camino, y lo llevaríamos a una casa segura, donde le diríamos qué queríamos a cambio de su libertad. La condición era que publicara ese mismo día en la tapa de Crónica una solicitada nuestra apoyando a la fórmula Cámpora–Solano Lima -relata 47 años después a Infobae uno de los integrantes de grupo, que pidió expresamente la reserva de su identidad.
Sin embargo, algo podía fallar.
-El mayor problema era entrar al departamento –continúa el ex guerrillero-. Estaba en un piso alto y era posible que las mucamas no quisieran abrir la puerta. Entonces alguien consiguió una tarjeta personal del intendente de Buenos Aires, Saturnino Montero Ruiz, y decidimos que podíamos usarla para engañarlas. El “Gallego” Fernández Palmeiro y otro compañero al que le decíamos “el Potro” se vestirían con uniformes de una empresa de entregas a domicilio y llevarían una caja de vinos que harían pasar por un regalo de Montero Ruiz para García. Para recibir la caja no tendrían más remedio que abrir la puerta del departamento.
La operación exigiría la participación de nueve guerrilleros: tres en un grupo de contención fuera del edificio, cuatro que entrarían al departamento, uno que condujera el vehículo de recambio y, finalmente, uno que esperaría en la casa operativa donde sería llevado el director de Crónica.
Los “artistas” de la plaza
Las calles aledañas al edificio donde vivía Héctor Ricardo García estaban permanentemente vigiladas. No por él. A unos 50 metros vivía un alto funcionario de la dictadura que tenía agentes de la Policía Federal las 24 horas del día y, además, era una zona donde iban y venían patrulleros constantemente.
Días antes de la operación, un joven pintor empezó a plantar su caballete en la plazoleta ubicada en Guido y Agüero. Los policías que patrullaban a pie por el lugar se acostumbraron a verlo dibujar sin reparar en el escaso talento artístico que reflejaban sus carbonillas. Pero, con ese camuflaje, el supuesto artista podía ver los movimientos de la gente del barrio. Con el correr de los días, el pintor se hizo parte del paisaje cotidiano y dejó de llamar la atención.
-Mi tarea era ser el jefe del grupo de contención. Yo empecé a ir día por medio al lugar, para que se acostumbraran a verme, pero también para vigilar los movimientos del edificio a la mañana. El día de la operación llegué temprano con dos compañeras, que también se pusieron a dibujar. Llevábamos todos armas cortas y, oculto dentro del estuche de una máquina de tejer Knitax, teníamos un fusil FAL. Solamente actuaríamos si se armaba la bronca -recuerda el integrante de aquel grupo en su charla con Infobae.
A las 7.45 de la mañana, los tres “artistas” de la Plazoleta vieron entrar al edificio a Fernández Palmeiro y a otro guerrillero vestidos de beige y cargando una caja de vino envuelta en papel de regalo. Detrás de ellos entró una pareja. Todos subieron al ascensor.
Mientras, García dormía…
-¿Quién es? – preguntó una voz de mujer detrás de la puerta del departamento del piso 15.
-Traemos un presente para el señor García – escuchó que le respondían.
-Pero yo no puedo abrirle – dijo la mujer.
-Lo manda el señor Intendente Montero Ruiz. Aquí le paso su tarjeta – le contestaron.
La puerta se abrió y rápidamente, sin violencia física, los dos guerrilleros redujeron a la mucama y a otra empleada más que estaba en el living.
-¿Dónde duerme el señor García? – preguntó el Gallego.
Una de las mujeres los condujo hasta la habitación, mientras la otra quedaba inmóvil en el living, custodiada por la pareja que había permanecido en el rellano de la escalera que llevaba al piso 14 hasta que Fernández Palmeiro les franqueó el ingreso.
Segundos después, Héctor Ricardo García despertó sobresaltado, frente a un hombre desconocido que empuñaba una pistola.
El traslado
Los guerrilleros habían chequeado que el dueño de Crónica manejaba siempre su propio auto, un Torino último modelo que guardaba en el garaje del edificio. Cuando García terminó de vestirse (incluso se anudó una corbata de colores vivos con manos ya no temblorosas), El Gallego y El Potro le dijeron:
-Vamos a buscar su auto.
Bajaron hasta el garaje del subsuelo en el ascensor, mientras la otra pareja de guerrilleros se quedaba en el departamento con las dos mucamas y Marina Dorel. Se irían 15 minutos después, cuando García y sus captores estuvieran ya lejos.
Los tres “artistas” del grupo de contención vieron salir al Torino del garaje del edificio. Manejaba El Potro; García y el Gallego Fernández Palmeiro iban en el asiento de atrás. Esperaron el tiempo necesario para que la otra pareja de guerrilleros saliera y se alejara del lugar, y recién entonces recogieron sus útiles de pintura y se fueron caminando con tranquilidad.
Casi al mismo tiempo los dos secuestradores estacionaron el auto a unas veinte cuadras del edificio y trasladaron a García hasta otro que los esperaba para llevarlos a la casa de seguridad.
Toda la operación había durado menos de veinte minutos.
“¡Uh, se va a vender como pan caliente!”
Al entrar a la casa de seguridad, escoltado por Fernández Palmeiro y El Potro, Héctor Ricardo García se encontró con un encapuchado que lo esperaba.
-Bueno, ahora díganme lo que quieren… ¿Plata? –preguntó.
-No. Esto es una negociación –respondió el encapuchado-. Lo único que queremos es que Crónica publique hoy mismo, en la tapa de la edición de la tarde, un comunicado nuestro apoyando a la fórmula del Frejuli. Ése es el único pago por su libertad. No queremos dinero.
-Bueno, ¿cómo hacemos…?
-Denos el número de alguien de su confianza en el diario. Le contamos lo que está pasando y arreglamos todo con él.
-Llámenlo a (Ricardo) Gangeme –dijo entonces García y le dio el teléfono directo del director de la edición vespertina de Crónica.
A las 9.15 de la mañana ya estaba todo arreglado. Poco después, otro integrante del ERP 22 dejó un sobre dirigido a Ricardo Gangeme en la recepción del diario, en Azopardo y Garay. Se lo subieron de inmediato. Había avisado que lo estaba esperando.
-Está todo bien –le dijo minutos después el guerrillero encapuchado a García que, ya relajado, estaba sentado en uno de los sillones de la casa operativa.
García sonrió y le contestó:
-¡Uh, espero que tripliquen la tirada porque esto se va a vender como el pan!
La solicitada
El texto que recibió Gangeme decía:
“Al Pueblo:
“Las elecciones son una conquista democrática arrancada por las masas y sus vanguardias en una larga lucha contra la dictadura militar. Esta dictadura, acorralada por los cuatro costados, concibe a estas elecciones como el mal menor a conceder al pueblo para tratar de evitar la cada vez mayor ligazón de éste con las organizaciones guerrilleras. De allí que el régimen haya condicionado todo lo posible esta coyuntura electoral para impedir su derrota.
“Pese a todo amplios sectores de nuestro pueblo se han organizado para derrotar en las urnas a la dictadura.
(…)
“Y es por eso que el 22 de Agosto llama al pueblo a derrotar en las urnas a la dictadura, a través del voto masivo a las listas del FREJULI y a movilizarse para garantizar el cumplimiento de estas reivindicaciones.
(…)
“Trabajadores: Un solo camino para la toma del poder: La guerra del pueblo. Una sola opción para votar el 11: El FREJULI”.
Firmaba: “ERP 22 de Agosto”.
La foto y la liberación
Cuando llegó la una de la tarde, hora de la salida de la Quinta Edición de Crónica –tras comprobar que la solicitada había sido publicada-, los guerrilleros desplegaron una bandera del ERP 22 en el living de la casa de seguridad y le pidieron a García que se acostara delante de ella. Sobre el piso acomodaron también un ejemplar del diario. Le sacaron varias fotos.
-En un rato lo liberamos –le dijo el encapuchado, después de la “sesión fotográfica”.
-Bueno –contestó García y después de una pausa, periodista al fin, le pidió: – ¿Me podrán mandar algunas de estas fotos, así las publico cuando todo esto pase?
El encapuchado se lo prometió.
Héctor Ricardo García fue liberado a las diez de la noche de ese mismo 8 de marzo de 1973. Años después contaría, en un libro autobiográfico:
“Yo fui el único tipo secuestrado por los guerrilleros y por los militares”.
(Infobae)