Trece lustros después de aquella medida, las trabajadoras sexuales reclaman una Ley de Trabajo Sexual Autónomo con el fin de ejercer su actividad con un amparo legal y con derechos laborales.
La iniciativa, que llegó al Congreso en 2013 y rápidamente perdió estado parlamentario, proponía crear un registro dependiente del Ministerio de Trabajo en el que se inscriban las mujeres que se dediquen voluntariamente al trabajo sexual.
Además, contemplaba la habilitación de cooperativas de trabajadoras sexuales autónomas, el otorgamiento de becas y la creación de la categoría «Trabajo Sexual» en el Monotributo para habilitar el acceso a obra social, aportes jubilatorios, créditos, vivienda, entre otros derechos.
De acuerdo a un censo realizado por AMMAR junto al Ministerio de Salud y a la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (UBA) en 2009 había un total de 80 mil trabajadoras sexuales: 60 mil ejercían el oficio en lugares privados y las 20 mil restantes lo hacían en la vía pública.
Respecto a la situación de las prostitutas en los distintos puntos del país, Orellano explicó que varía de acuerdo a la jurisdicción en la que trabajen: «Hoy en día el ejercicio del trabajo sexual no está prohibido, pero están criminalizados todos los espacios de trabajo».
«En la Ciudad de Buenos Aires trabajar en la calle es una contravención y te dan 200 horas de trabajo comunitario. Lo que agarran como argumento es la portación de rostro, género, y que estén paradas en el mismo lugar. En el resto del país es peor, porque las compañeras directamente van presas. O tienen que convivir con el negociado con la Policía para poder trabajar», denunció.
Consultada respecto a la posibilidad de que el escenario varíe en el corto plazo, la líder de AMMAR subrayó: «Tenemos la esperanza de que durante el Gobierno de Alberto Fernández se pueda reconocer al trabajo sexual».
Finalmente, recordó que AMMAR nació en 1995 «ante la necesidad de frenar la violencia policial» contra las prostitutas y cuestionó que «durante el macrismo se recrudeció» ese flagelo para las trabajadoras sexuales.
«Renació una violencia que habíamos podido controlar», concluyó Orellano.