Récord de inscriptos para obtener licencia de un hobby basado en una tecnología retro.
En épocas de inteligencia artificial, hay una actividad que no se extingue: el sistema de comunicación que prescinde de Internet e incluso de la electricidad sigue mostrando su eficiencia.
Pandemia y pospandemia se conjugan como las etapas necesarias de un evento singular, en torno al enigmático mundo de los radioaficionados: de golpe, de un tiempo a esta parte, creció la cantidad de operadores con licencia. En un año, la actividad, que se extinguía hace no tanto tiempo en un mundo híper conectado a través de Internet, resurgió con potencia, producto del impulso que gestó durante la cuarentena. Los cursos fueron furor, en modo virtual. Y una entidad señera como el Radio Club Buenos Aires pasó de tener 30 socios, a contar con 400 integrantes. En todo el país, la cifra asciende a 20.000 radioaficionados y radioaficionadas.
Ser radioaficionado es un hobby. Consiste en hablar por radio, a través de frecuencias exclusivas de radioaficionados, repasa con simpleza José Luis Painceira (LU1BA, su señal distintiva), a cargo del Radio Club Buenos Aires. En pandemia esta actividad se potenció: “La gente buscó hacer cosas, y muchos desempolvaron sus viejos equipos”, recuerda. Eso generó demanda y motivó los cursos virtuales.
La tendencia se consolida en la pospandemia y la actividad se abre a públicos diversos. Pero mantiene el espíritu de “un hobby tecnocientífico”, sostiene Lenina López (LU1EYN, su ‘santo y seña’), socia del Buenos Aires. Y se da un récord de alumnos que rinde exámenes para obtener su licencia. En este club se dan cursos para 200 personas, de los últimos egresaron 130 en cada uno, señala Painceira, a cargo del club que nace en 1934.
Adaptarse para seguir
Hoy el Buenos Aires integra una comunidad de cien entidades, las que resurgieron en todo el país –en la Ciudad de Buenos Aires son cuatro– donde hay 20.000 radioaficionados. Con 90 años de historia, la entidad con sede en Villa Pueyrredon representa la adaptación que la actividad, como tal, logra en relación a los cambios de época, y la evolución de la historia de los medios.
Hay interés en la tecnología, que es «algo omnipresente», y «no hay espacios donde encontrarte con gente que se interese por esto, a entender cómo funciona», evalúa Painceira. “Contribuye también la saturación de las redes sociales y el estar híper conectados” agrega.
Se habla de una vuelta más técnica al soporte. La radio pasó por diferentes épocas, a principios del siglo XX, en sus comienzos, era casi una tarea de científicos, de gente especializada. Luego pasa a la etapa de experimentación. Y más adelante, los clubes llegan para ayudar a construir equipos. Luego llegan equipos desde el exterior y pasó a ser un gran hobby para entrar en contacto con personas de otros lugares de todo el mundo, todos con la misma intención: “Escuchar una señal, responderla, saber que el otro está”, sintetizan.
La magia de la tecnología
La osadía de recuperar sistemas de comunicación que prescinden de Internet e incluso de la electricidad, volvió al ruedo en la rueda de la comunicación humana. Y con eso en mente, estos cursos de radioaficionados enseñan a improvisar. Se puede hacer «cualquier cosa», dicen. “Se pueden armar una radio AM, con alambres, un sifón y dos latas de gaseosas», asegura Painceira. «Porque un equipo así no toma alimentación eléctrica, la energía viene de la antena, que uno hace con los alambres. Por eso esta actividad te conecta con el funcionamiento de las cosas, con la naturaleza de las cosas”, reflexiona.
También se puede transmitir –y no solo escuchar radio– con alambres y una batería, en caso de emergencias. “Algo que uno desea que nunca suceda –advierte Gustavo Orizaola, “LU1EQQ”–, pero si sucede, hay que estar preparados». “Soy de Moreno”, agrega antes de explicar que en la actividad “no sólo se aprende a hablar, sino también técnica y electrónica, lo básico para que un radio operador en medio del campo con una batería a mano, corte un alambrado y salga transmitiendo, en emergencias –aclara, de nuevo–. Porque aunque no llamemos a las catástrofes, uno está capacitado para trasmitir desde donde esté”, define. Esa es la potencialidad de este hobby. Sumada a la de «hacer amigos, al conocimiento técnico o la experimentación” enumera López
Los radioaficionados fueron los impulsores de la radio, tal como la conocemos. Luego fueron un recurso vital para comunicaciones a larga distancia y en lugares inhóspitos del territorio donde la única posibilidad de entablar contacto con lo externo era «recurrir al radioaficionado del pueblo”, rememora Painceira.
Todo cambió con la llegada de las redes sociales. Y luego con la pandemia: “Fue cambiando como hobby, y en los usos que le damos a la radio”, explica. El giro lo dieron los cursos en modo virtual: “Fue una explosión de demandas, pero pudimos contenerla”, se alegra el radioaficionado.
Emergencias y espionajes
Así volvió a escucharse en las frecuencias de los radioaficionados el famoso «QSL», la abreviatura telegráfica de “comprendido”, que es quizá el vocablo más conocido de ese argot “porque lo utilizan otros servicios: ambulancia, bomberos, la poli”, señala Painceira. López coincide en que «te permite conocer gente muy diversa y con dominios técnicos específicos”. Sigue siendo una actividad que la gente asocia a las fuerzas armadas y al personal policial, porque viene de otra época donde alguien que tenía una radio era un recurso estratégico para el Estado, razona la programadora.
Lenina López, cuya identidad es transgénero, explica cómo funcionaron en tiempos de mucha actividad, como en una situación atípica donde las tropas se movilizaban, caso la guerra de Malvinas: “ahí hubo inteligencia de señales”, marca. También en el conflicto con Chile: las escuchas se percibían a uno y otro lado de la Cordillera. O desde las bases Marambio y Esperanza, en la Antártida.
En Argentina en algún momento “el estatus de radioaficionado era una especie de reservista bélico –retoma–, ahora eso aflojo, pero en los años 50 había muy poca gente operando las estaciones y eran personas muy valiosas y formadas”. El auge, sin embargo, fue en los ’90, cuando el número estimado de radioaficionados era de 27.000 a nivel nacional.
Más allá de las épocas, el uso de radiofrecuencias es considerada una tarea de interés para el Estado, que la promueve porque se trata de “una reserva de comunicación para el país, y en caso de un evento catastrófico, hay una red de emergencias –aporta Painceira–. Lo cual ocurre con cierta regularidad en inundaciones o incendios, incluso en los últimos terremotos en Chile”.
En comunidad
«La Antártida tiene su señal distintiva, y de vez en cuando prenden los equipos y hacen los llamados como radioaficionados –explica Orizaola–, además, una vez por semana, los domingos, hacen un programa de radio». Con los llamados de rutina, que pueden tomarse hasta donde llegue la antena de la base Esperanza o Marambio, «se arma un alboroto importante», agrega, porque desde muchísimos lugares los quieren contactar. La magia de la comunicación, global, en tiempos de pospandemia y desafiandio a la electricidad, resume Gustavo que es técnico electrónico.
Para el particular que quiere saber de qué se trata, hoy la atracción pasa por la impronta de «la comunidad» de radioaficionados y por la faceta técnica, que puede devenir en altos grados de especialización. También vinculada a deportes asociados al mundo náutico, el montañismo, las 4×4. “Para andar en alta mar está bueno saber operar una base, hay situaciones que lo ameritan” sostiene Lenina.
Ella es de Lonas de Zamora, y le gusta que este sea “un hobby geográficamente distribuido, y hay bandas en radio donde podés hacer contactar a radios internacionales. Los “usuarios” van desde “el típico nerds» a los bomberos; técnicos electrónicos de la Argentina o del extranjeros; policías o personal de otras fuerzas. Padres con hijos de 9 o 10 años que ya saben operar, cuentan en el Club. Y en ese club este año también se capacitaron jóvenes de comunidades Wichi del Chaco salteño, de la localidad de Misión Wichi. A través de una fundación de asistencia a los agricultores familiares de la zona comenzaron a capacitarse. «Fue un orgullo verlos y escucharlos cuando vinieron a las prácticas –comparte Gustavo–, se los veía con una atención genuina sobre el equipo y muy buen manejo técnico».